Arte Puertorriqueño


PANORAMA  HISTÓRICO  DE  LAS  ARTES  PLÁSTICAS EN  PUERTO RICO


El arte es el reflejo de la sociedad en la cual se manifiesta. Es la 
representación artística de fundamentos sociales, culturales, 
económicos, religiosos, raciales y políticos. Los artistas no son entes 
aislados de esas experiencias, ni de los hechos históricos del 
determinado periodo de vida que les ha tocado vivir,  son parte 
integrante de la colectividad histórica. Al respecto,  nos dice Ernst 
Fischer que:







en el alba de la humanidad el arte tenía muy poco que ver con la belleza y nada en absoluto con el deseo estético: era un instrumento mágico o un arma del colectivo en supervivencia. 

 En ese período primitivo de la historia humana, el arte tenía esa función, y a medida que el hombre fue evolucionando,  el arte fue teniendo otras funciones de acuerdo a cada momento y circunstancia. El arte siempre ha sido "el camino que sigue el individuo para retornar a la colectividad"  para la identificación con el todo, para la asociación  con los demás.


La tradición artística puertorriqueña se puede enmarcar dentro de tres contextos históricos: el pre-colombino, el colonial español y el colonial bajo Estados Unidos. El primero, toma las expresiones de los 
pobladores aborígenes de esta Isla y, al respecto, dice el pintor e historiador de arte Osiris Delgado: 

...la pintura indígena de Boriquén se manifiesta  sin propiciar conexión alguna con un arte posterior. Es manifestación de riguroso escondite y se plasma en los lugares más recónditos de las cuevas. Es arte  de magia, cuyas líneas o contornos quedan vedados  a la vista del propio autor aborigen

Los pueblos primitivos hacen arte de carácter puramente mágicoreligioso. 

Menciona, además el doctor Delgado que: 

...es francamente emocionante ver los ejemplos rupestres de la isla de La Mona y es sobrecogedora la referencia a las pictografías también recién descubiertas  en cuevas de la jurisdicción de Morovis, donde la gama  de los esquemas se manifiesta desde la obvia referencia formal a lo antropomorfo y zoomorfo, hasta su simplicación más radical en expresivas abstracciones.


Otras manifestaciones artísticas dentro de este primer contexto 
histórico lo son la alfarería igneri o saladoide
, de gran capacidad 
técnica y estética, y los trabajos hechos con esmero de las piedras y 
las conchas talladas con diseños zoomorfos que distinguen los 
recientes hallazgos arqueológicos de los yacimientos de Tecla en 
Guayanilla, La Hueca y Sorcé en Vieques y Candelero en Humacao. Las 
expresiones artísticas dentro de la herencia cultural occidental, 
pautadas por la colonización española desde el siglo XVI, constituyen 
el segundo contexto de las artes plásticas puertorriqueñas. El primer 
ejemplo de esta manifestación, es un dibujo trazado  al carbón en la 
pared del torreón abovedado del Castillo de San Felipe de El Morro. 
Según Osiris Delgado, este dibujo que data de algún momento antes 
de 1585, "representa una suntuosa portada de estilo paladino que muy 
significativamente podemos verla como símbolo de la nueva vida que 


se inicia para la Isla".


Otra muestra de este segundo período, que habría de ser el modelo para la obra pictórica del primer pintor puertorriqueño José Campeche, es una pequeña tabla del siglo XVI de origen flamenco que  presenta a Nuestra Señora de Belén o Virgen de la Leche, desgraciadamente desaparecida de la Iglesia San José en la década del 1970. Siguiendo esta tradición de veneración religiosa, podemos enumerar las obras de pintores desconocidos durante el siglo XVII, tales como la Virgen de la Monserrate en el altar de la iglesia de 
Hormigueros; una pequeña tabla de Santa Bárbara de la colección Rodríguez Morales; Nuestra Señora de la Valvanera conservada en el Santuario del mismo nombre en Coamo y Nuestra Señora del Rosario 
de la colección Delgado-Santiago. 

Es durante el siglo XVIII que Puerto Rico entrará propiamente en la tradición pictórica occidental con la figura de José Campeche (1751-1809). Es uno de los hijos del esclavo liberto Tomás de Rivafrecha y Campeche, quien se desempeñaba en el oficio de dorador y adornista. Se considera el primer pintor de nombre conocido en la historia de la pintura puertorriqueña, por la cantidad y calidad de su obra. Posee una profusión de obras de calidad, no obstante, nunca salió de Puerto Rico y no tuvo preparación académica formal. El investigador Osiris Delgado enumera dos estilos en la obra de Campeche. 

El primero:


...se caracteriza por el predominio de un estilo  
lineal donde el dibujo tiene preponderancia sobre  
el sentido del color y los contornos son casi  
recortados en franca negación de lo atmosférico.  
De este primer momento –son obras como  
el retrato del Obispo Lorenzo Pizarro y la supuesta  
Santa Rita de Casia. 





Del segundo período dice Delgado:





...José Campeche envuelve los volúmenes en valores                                 
 Osiris Delgado, Op. cit., p. 10. atmosféricos, esfuma los contornos, 
y acusa una  mayor riqueza de color mediante el planteamiento  
más acertado de las relaciones tonales... no empece  
que siempre seguirá ejercitando su ojo de miniaturista  
y esporádicamente regresa a los modos que hemos 
señalado como propios de su primera época.


Los años finales del siglo XIX trajeron una serie de 
acontecimientos históricos que dejarían honda huella en la conciencia 
del pueblo puertorriqueño. En 1897 España decide otorgar la Carta 
Autonómica a Puerto Rico, esto se logra por efecto de la lucha que 
habían sostenido un grupo de líderes liberales, entre  los que se 
encontraban Román Baldorioty de Castro, José Celso Barbosa y Luis 
Muñoz Rivera. Este último se convertiría en la autoridad máxima del 
autonomismo. 







El movimiento autonomista se dividió en dos, el "puro" 
u "ortodoxo" capitaneado por Barbosa, ferviente creyente en las 
instituciones de gobierno republicano. Este grupo mostró resistencia a 
entraren pacto con un partido monárquico liderado por Práxedes Mateo 
Sagasta en España, idea propuesta por Luis Muñoz Rivera y el otro 
grupo del autonomismo. En el 1897 fue asesinado el primer ministro español Antonio Cánovas de Castillo, y la reina regente solicitó a 
Sagasta que constituyera un gobierno. 







Este fue el primer paso para 
que al grupo de autonomistas uertorriqueños de Muñoz Rivera se le 
concediera la oportunidad de crear un gobierno autonómico en Puerto 
Rico, el cual se instituyó el 9 de febrero de 1897. Como consecuencia 
del marcado interés de los norteamericanos en adquirir mayores 
derechos sobre el Caribe hispano, Estados Unidos declara la guerra a 
España, alegando que los españoles habían hecho explotar el barco 
Maine, que estaba anclado en la bahía de La Habana. Con este hecho, 
surge la Guerra Hispanoamericana que marcó un hito importante en la 
historia puertorriqueña.  



 Como efecto de este conflicto, la Isla fue cedida a los Estados Unidos de Norte América en el 1898. Este hecho marca el fin de una era en Puerto Rico e inicia el comienzo de otra. De 1898 a 1900 Puerto Rico comienza una serie de transformaciones de índole socioeconómicas, política y educativa. En el aspecto político,  durante los primeros dos años se instituye un gobierno militar. En 1900 el Congreso norteamericano implanta la Ley Foraker. Esta ley concedía a los puertorriqueños una Cámara de Delegados electiva y  un Consejo Ejecutivo integrado por 11 miembros y un gobernador nombrados por el Presidente de los Estados Unidos. 


En el plano socio-económico decae el cultivo y mercado del café, 
base de la infraestructura económica de la Isla, desde hacía tantos 
años, y por ende, el ocaso de la clase hacendada, que estaba en 
gestación como clase dominante. Este cambio en la estructura
económica trae como consecuencia una serie de cambios 
demográficos, entre otros, el éxodo de la población de la montaña a la 
costa. 






 A partir de 1900 la caña de azúcar logrará una tremenda 
expansión. La industria del azúcar estará en manos de compañías 
absentistas de inversionistas estadounidenses. Estas primeras décadas 


del siglo XX traerán una gran concentración de población de 
trabajadores en los cañaverales ya los talleres de tabaco, otra de las 
industrias de importancia al despertar el siglo xx. Además, por otro 
lado, se afianza la lucha por la identificación del ser  colectivo 
puertorriqueño. Las estructuras de tradición cultural espiritual, 
hispánica-católica heredadas de España se encuentran con las de corte 
protestante anglosajona impuestas por los nuevos amos. 






 En la literatura, es con la obra de Antonio S. Pedreira, 
lnsularismo, en la década de los 30, que surge una madura conciencia 
de afirmación patria con influjos de la Generación del '98 español. Es 


también la continuación de la tendencia nacionalista manifestada por 
uno de los "istmos" literarios de la década del 20, el atalayismo.  A principios del siglo XX, en lo que respecta al arte  pictórico, 
Puerto Rico estará de espaldas a todas las corrientes del arte que se 
están manifestando en Europa. Comenta Maricarmen Ramírez en torno 
a este período de las artes plásticas puertorriqueñas: 






La apertura formal e iconográfica que 
experimentaron las artes latinoamericanas del 
mismo período no se dio en Puerto Rico. En su 
lugar, las artes plásticas se "enconcharon" en 
una aparente actitud de rechazo a estilos y 
formas del exterior y una exaltación de la 
cultura "jíbara", cuya función no fue otra que 
resistir la penetración y asimilación de los 
valores de la cultura norteamericana. No 
pudiendo cumplir el objetivo de proyección de 
una imagen de identidad nacional, la pintura 
nacionalista puertorriqueña se instauró en 


baluarte y repositorio de la esencia y valores 
de la puertorriqueñidad amenazada. A nivel 
formal, esta actitud se tradujo en la 
preservación de un lenguaje artístico en gran 
medida anacrónico que tuvo la importante función 
de aglutinar los elementos de la identidad 
fragmentada para comunicar/os en forma 
sencilla, directa, y asequible a la inmensa 
mayoría de los puertorriqueños.




Siguiendo la tradición pictórica de Oller y su repertorio de elementos autóctonos, este período cuenta con otro artista de gran importancia en las artes plásticas puertorriqueñas: el Cayetano Ramón Frade 
(1875-1954). A este pintor se debe la elaboración de  uno de los grandes íconos de la pintura de Puerto Rico, El Pan Nuestro: 


...concibe al jíbaro como icono emplazado en el 
altar de la montaña: hombre curtido por las 
jaldas, del que irradia un sentimiento de 
profunda humildad que se glorifica bajo la 
amplitud de un intenso azul; símbolo de 
virtudes, vicisitudes y esperanzas de un pueblo. 
Es un cuadro significativamente concebido con 
matizaciones frescas y limpias, con acierto de 
la das firmes a la vez gráciles.

Ramón Frade, cuarenta y dos años menor que Oller, estudia y vive en Santo Domingo. Su obra no es significativa desde el punto de vista de las manifestaciones del arte contemporáneo; pero refleja un 
compromiso social con la puertorriqueñidad y una denuncia contra la miseria del pueblo. Comenta Osiris Delgado de la obra de este pintor:  

Frade es parte de esa lucha entre las nuevas formas de expresión artística que reclama la  
revolución existencial de los tiempos modernos  y las tendencias renovadoras. El está entre éstas,  
pero no es un reaccionario ciego frente a la mirada  renovadora, sino un inteligente opositor que, desde  la trinchera del tradicionalismo formal ataca la superchería,  convierte la validez de algunas de las nuevas modalidades  artísticas y admira la innovación que juzga razonable.  

El suyo no es un arte anquilosado en el pretérito histórico,  sino un quehacer con antenas afincadas en la  
tradición, pero orientadas hacia los problemas del tiempo  que le ha tocado vivir.


Por otro lado, Miguel Pou (1880-1968), quien funda una academia de dibujo en Ponce, estudia en Nueva York. Su pintura refleja, al igual que los artistas de estas primeras décadas, la realidad puertorriqueña. 
Su obra muestra los tipos, los personajes y el paisaje puertorriqueño. 

La promesa (1928), pintura de corte costumbrista es también uno de los íconos de la pintura puertorriqueña.   Los pintores de este período histórico de las artes plásticas de Puerto Rico muestran predilección y gran dominio del género del paisaje. La inclinación por esta temática está vinculada a la necesidad de obtener una identificación y, así, crear una mayor comunicación con el pueblo. Son estos Elías J. Levis (1871-1942), Fernando Díaz McKenna (1873), Nicolás Pinilla (1887-1924), Félix y Julio Medina González y Juan A. Rosado (1891-1962). Este último establece un taller de pintura comercial y artística en Puerta de Tierra; entre sus estudiantes se encuentra Antonio Maldonado (1920), que al correr de los años se convertiría en un gran exponente del arte pictórico puertorriqueño. Sin embargo, a diferencia de sus contemporáneos, Rosado fue uno de los primeros pintores que representó personajes de la clase pobre de la zona urbana. 

 Otro pintor cuya obra se caracteriza por la profusión de paisajes y personajes del pueblo es Oscar Colón Delgado (1889-1968). Un hecho importante desde el punto de vista histórico es que Colón Delgado encabeza un núcleo de arte en la región de Arecibo; siendo el responsable de la primera exposición de arte en dicha ciudad, la cual se celebra en el 1919. Se destaca, también en el género paisajista el pintor aguadillano Rafael Arroyo Gely (1913-1935),  quien utiliza el difícil arte de la acuarela, "que se destacó entre la de sus contemporáneos por el sentido modernista de organización de volumen y estructuración del espacio que nos recuerda la obra de Cézanne".


 Otros pintores que acusan la tendencia paisajista de tónica realista figurativa son Arturo Fort, José Meléndez Contreras (1921)Enrique T. Blanco (1886-1972) y Rafael Ríos Rey (1911-1980). 

A esta época pertenece también Narciso Dobal (1916-1970), artista puertorriqueño que fue uno de los primeros en romper  con los esquemas tradicionales que imperaban en la artes plásticas insulares e 
irrumpir en sus obras de corte o tendencias modernistas: 


Su obra acusa la influencia del cubismo en   el manejo planimétrico del espacio y la composición  y las tendencias europeas de realismo metafórico    de la década del veinte en el  acercamiento alegórico  
  y fantasioso de la temática realista.


Otro pintor que mostró acusada inclinación por las tendencias estilísticas modernas lo es Julio T. Martínez (1878-1954). Su obra está caracterizada por un hondo compromiso social y de denuncia política. 
Su manifestación artística muestra influjos del realismo  social y los realistas mágicos norteamericanos de la década de los años 30. Su obra  El Manicomio refleja una mordaz crítica a la realidad social y 
política de Puerto Rico en los años 30. 

 Las primeras mujeres en el ámbito de las artes plásticas en Puerto Rico son las hermanas Cletos Noa quienes eran condiscípulas de Oller; pero, no es hasta la década del 30 y el 40 que la mujer puertorriqueña aparece con nombre propio. Se mencionarán tres a saber: Luisa Geigel Brunet (1916), Luisina Ordoñez (1909-1975) y María Luisa Penne de Castillo (1913). La primera se educó en los 
Estados Unidos. Para 1939, expuso muestra de su trabajo en el Casino Español en San Juan. La obra que presentó se caracterizó por la temática de desnudos y retratos. 

 En estas mismas décadas del 30 y el 40 se establecen en Puerto Rico varios extranjeros que harán una valiosa aportación al desarrollo de la plástica puertorriqueña. El primero que se mencionará es un 
artista norteamericano, quien fue maestro de arte desde 1930 a 1946 y gran promotor cultural del arte puertorriqueño, Walt Dehner. Su producción artística fue realizada en la técnica de la acuarela:


...acusa una gran espontaneidad en el 
tratamiento del color y en el acercamiento a los 
temas puertorriqueños que la separan del 
lenguaje estético derivado de los estilos 
decimonónicos naturalistas en que se debatían la 
mayoría de los artistas puertorriqueños de ese 
momento. Dehner se interesó en el paisaje 
tropical, las personas en su faena diaria y el 
paisaje urbano en su totalidad.

 Además, se encuentran en la Isla los españoles Alejandro Sánchez Felipe, figura de gran importancia que llega  a Puerto Rico para esta época; y Cristóbal Ruiz (1881-1962), exilado de la Guerra Civil Española, quien se desempeña como maestro en el Instituto Politécnico de San Germán desde 1938, y más tarde en la Universidad de Puerto Rico. Más adelante, en 1950, llega Eugenio  Fernández Granell (1913), quien será portavoz del surrealismo europeo y preceptor artístico para muchos de los artistas contemporáneos de 
Puerto Rico. 

 Para la década de los 40, se establece la Academia de Arte de Edna Coll, donde impartirán enseñanza los pintores Ismael D' Alzina, Federico Enjuto y Angel Botello Barros, entre otros. Esta escuela contará entre sus alumnos a Carlos Raquel Rivera (1923)  y Félix Rodríguez Báez. En esta misma década se crea el Departamento de Bellas Artes de la Universidad de Puerto Rico, bajo la égida del Decano de Humanidades, el doctor Sebastián González García.




A finales de la década del 30 y durante la del 40,  Puerto Rico comienza a experimentar una serie de cambios en su infraestructura política y socio económica. Veremos la transformación en el plano 
cultural educativo, como efecto de estos cambios. En esta década se incrementa el movimiento migratorio hacia los Estados Unidos. Ese fenómeno social hará que muchos puertorriqueños piensen en obtener 
mejores oportunidades de vida en este país. Las ciudades preferidas serán las del este de la nación norteamericana, en particular' la de Nueva York. Son varios los artistas puertorriqueños que tienen la 
experiencia de estudiar, vivir, trabajar y hacer parte de su producción artística en dicha ciudad. Entre otros cabe mencionar a Lorenzo Homar (1913) y Rafael Tufiño (1922 ). Mientras tanto, en la Isla según Torres 
Martinó se va perfilando un cambio en la concepción artística de la realidad puertorriqueña: 

  a partir de 1945, el arte pictórico de 
  Puerto Rico ha tomado decididamente un giro 
inusitado. Queda atrás aquella pintura que 
parecía embelesada en la esplendorosa apariencia 
de nuestra geografía y en un costumbrismo 
sentimentaloide que en la mayoría de los casos 
no lograba alzarse sobre el plano de un 
pintoresquismo inconsecuente y demagógico. 
La plástica de posguerra, en cambio, se 
esforzará por mantenerse dentro de la esfera del 
arte. Tratará de ver la Isla de afuera hacia 
adentro, comprendido paisaje y paisanaje y la 
trama interna de su sociedad, en procura de su 
diseño interior y de claves de identificación y 
auto conocimiento. Aspirará, en suma, a colaborar

en la forja de una conciencia nacional.


Es un período en el cual se harán unos planteamientos válidos 
en términos de afirmación de lo netamente puertorriqueño y un 
desarrollo de signos de validez en términos plásticos. Es aquí que se 
perfilan los caracteres del arte puertorriqueño en figuras y obras como 
Lorenzo Homar,  Le Lo Lai. Félix Rodríguez Báez,  Techos, su obra se 
caracteriza por una temática de realismo social, con acusado influjo de 
la pintura muralista mexicana, predominando en el espacio pictórico, 
la figura, el paisaje y las clases marginadas. Rafael Tufiño,  Goyita,
esta obra está considerada uno de los íconos de, la pintura 
puertorriqueña. José Antonio Torres Martinó (1916),  Niños bebiendo 
cocos. Manuel Hernández Acevedo (1921-1988), pintor autodidacta, su 
obra se caracteriza por un gran colorido donde plasma lo cotidiano, 
temas religiosos, paisajes urbanos y del campo. Carlos Raquel Rivera 
(1923), Paisaje de la Jurada, según Marta Traba, la obra de este pintor 
puertorriqueño es "la única francamente pictórica y la primera que se 
plantea problemas de pintura moderna en Puerto Rico". La 
reafirmación de lo nuestro ya no se hará en términos de los temas del 
paisaje rural y de los del campesino como lo hicieron los artistas en las 
décadas del 20, 30 Y 40. A partir de entonces, entrarán a presentarse 
en los trabajos plásticos, el obrero, el paisaje urbano, y el arrabal. 



Se resalta lo puertorriqueño a través de una producción del realismo social. 

 En el trasfondo histórico, cabe mencionar que durante la década del 50 en Puerto Rico se registran una serie de reformas que se habían gestado en las postrimerías de la década del 30, como resultado de la 
política del Nuevo Trato del presidente Franklin Delano Roosevelt y el Programa Manos a la Obra impulsado por el Partido Popular Democrático dirigido por Luis Muñoz Marín. En la década de los años 
50 se desarrolla y se mejora la situación económica de la Isla. Esto ocurre como consecuencia directa de las reformas en el campo político efectuadas en Puerto Rico a raíz de la implantación en 1952 del Estado 
Libre Asociado, fórmula política autonomista. 

 Entre los cambios suscitados en Puerto Rico, cabe mencionar la importancia que se le va a dar al aspecto cultural. En cuanto a las artes plásticas, en esta década se establece el Centro de Arte Puertorriqueño (CAP), que agrupa a un nutrido grupo de artistas puertorriqueños, quienes tras varios años de vivir en los Estados Unidos regresan a la Isla, entre ellos se encuentran Lorenzo Homar, José A. Torres Martinó y Rafael Tufiño. En 1951 este grupo se da a la tarea de organizar una escuela de arte, una galería de exposiciones y un taller colectivo. Los integrantes de este centro editaron un primer portafolio de gráfica titulado, La estampa puertorriqueña, publicado en el 1951, donde se utiliza la temática de las costumbres y las fiestas populares.  

 En el 1953 aparece un segundo portafolio, Estampas de  San Juan, los que representan escenas callejeras, de arrabal  y temas de contenido social, en el cual se muestra la triste realidad del obrero puertorriqueño. Otro organismo que contribuye al desarrollo del arte puertorriqueño es la División de Educación de la Comunidad, fundada en el 1946 y en cuyo Taller de Artes Gráficas, dirigido inicialmente por 
la artista norteamericana Irene Delano, se forman muchos de los artistas que actualmente están considerados como los máximos exponentes del arte puertorriqueño. Este taller lo dirige más tarde, entre el 1952 al 1957, Lorenzo Homar. En el 1957 se organiza el Taller de Artes Gráficas del Instituto de Cultura Puertorriqueña, nuevo organismo que había sido creado por virtud de ley en  1955 y que contribuirá al pleno desarrollo del quehacer cultural puertorriqueño, bajo la dirección del doctor Ricardo E. Alegría.  

 En el 1958 un grupo de estudiantes organiza el grupo Mirador Azul. Durante la década del 50, la plástica puertorriqueña toma auge, dominada ésta por el arte de tema figurativo con clara influencia de la escuela de los muralistas mejicanos. El arte puertorriqueño de esta época está marcado por un profundo compromiso social y político. A finales de esta década comienza a manifestarse una prolongada lucha 
en la plástica puertorriqueña. Por un lado, en lo que respecta a la afirmación de lo puertorriqueño y por el otro, en las expresiones de carácter internacional. Los que asumen una posición de defensa de los 
valores puertorriqueños se reafirman en lo autóctono, en lo que tenga verdadera esencia e identidad propia. En este sentido,  temen al espectro de la asimilación.







Los que militan con esta tendencia están en la búsqueda de una expresión particularmente de identidad nacional. 

Como bien apunta la crítica de arte Marimar Benítez: 

...la obra de arte se percibe como parte de 
una lucha mortal de nuestro pueblo por 
sobrevivir; la producción de los artistas  
puertorriqueños se reviste, pues de una 
importancia social trascendente.

 La otra tendencia en la plástica puertorriqueña es la dictada por la nueva Escuela de Arte que surge en Nueva York después de la Segunda Guerra Mundial. Es el espíritu abstracto que se afirma en la década del 50 y se manifiesta hasta la década de los 80.  En este sentido, las dos principales tendencias estilísticas en los Estados Unidos son el arte pop y el expresionismo abstracto, que se manifiesta en el "action painting". Estas tendencias claramente norteamericanas marcan casi toda la plástica hasta la década del 1970. La década del               
Marimar Benítez, "El caso especial de Puerto Rico",  El espíritu latinoamericano: arte y artistas en los Estados Unidos, 1920-1970, New York: Harry N. Abrams, Inc., 1988 p. 94. 60 se caracteriza por la temática social, como continuación  de lo expresado por la generación del 50. Se utiliza la literatura como base o como texto temático. En los medios plásticos, se desarrolla el cartel serigráfico, el linóleo, la xilografía y otras técnicas del medio gráfico. 

 En esta década se enfrentan dos tendencias que plantean  una problemática en lo que respecta al contexto artístico. De un lado están los artistas que se mantienen con el portaestandarte de resistir culturalmente a las influencias y a las tendencias que  llaman universalistas, sosteniendo los temas de crítica social, costumbristas y de sátira política expresados en un estilo figurativo.  

 De otro lado, están los que asumen una posición más internacional, al estar abiertos a tendencias nuevas, separando la actividad plástica de las actividades políticas. Son años de afianzamiento de la expresión abstracta en la plástica puertorriqueña. 

Entre los artistas de esta segunda tendencia, podemos enumerar a Luis Hernández Cruz (1936), cuya obra se caracteriza por la utilización de planos geométricos con marcado influjo del cubismo, logrando la 
supresión de detalles, recurre al monocromatismo en la mayoría de sus obras. OIga Albizu (1924), su pintura está predominada por la total abstracción, combina el color en espatulazos monocromos 
consiguiendo textura con el mismo color, es una obra muy  lírica. 

Noemí Ruiz (1931) una de las máximas exponentes de la pintura abstracta puertorriqueña, su obra se caracteriza por la utilización cromática con intensidad tropical que denota calidades lumínicas 
excepcionales; Domingo García (1928), es uno de los principales exponentes del arte pop en Puerto Rico, su obra se caracteriza por un profundo pesimismo. Domingo López (1942), Marcos Irizarry (1936) y 
Jaime Romano (1942). En este grupo, cabe mencionar a Carlos Irizarry, quien se forma en la ciudad de Nueva York y ha estado influenciado directamente por las corrientes de arte abstracto que se 
están dando en esa ciudad. Es un artista de grandes impactos emocionales, en la manera de presentarlos, no sólo en términos de tratamiento temático sino en composición y variedad de estilos. Su 
obra evoluciona de un realismo hasta la más pura abstracción. Es significativo señalar que Carlos Irizarry ha sido uno de los artistas puertorriqueños más claros e incisivos en plantear su ideología política.  
 Se puede observar que en la Isla, esta tendencia abstracta se manifiesta también con una vertiente diferente respecto a la de los Estados Unidos. Es notable la influencia latinoamericana de características líricas y geométricas. Junto a estas dos corrientes, se encuentra también un estilo figurativo, no de carácter  político, sino, más bien, caracterizado por nuevas formas de expresionismo. La fermentación y el desarrollo de la expresión plástica puertorriqueña en las décadas del sesenta al ochenta se enriquecen. Surgen nuevos grupos de artistas, sobre todo jóvenes universitarios, entre ellos Forma Universitaria, integrada por Jaime Romano, Carmelo Fontánez, Lope Max Díaz y otros. Del 1968 al 70 surge Borinquen Doce, cooperativa de artes plásticas integrada por Ernesto Alvarez, Carmen Blondet, Félix Bonilla Norat, José Buscaglia, Osiris Delgado, Rolando López Dirube, Antonio Molina, Rafael Rivera García entre otros. Surgen otros grupos tales como Estudio Caparra en el 1972 (Jaime Suárez, arquitecto-ceramista); en el 1977 organizan Frente, Paul Camacho, Luis Hernández Cruz, Antonio Navia, Lope Max Díaz; en ese mismo año se funda el Tanamá en Arecibo y el Grupo Manos para fomentar la cerámica.  

 En la década del 60 asistimos a un enriquecimiento plástico, uno de los artistas más destacados lo es Julio Rosado del Valle, considerado figura clave de la plástica nuestra, de él dice Marta Traba en su libro Propuesta polémica sobre arte puertorriqueño, que es... 

"quien responde a la misma generación de los nombrados (de Szyszslo y Obregón), tiene, como ellos, la importancia indiscutible de iniciar la apertura a la experimentación actual, ¿qué significa para la sociedad 
puertorriqueña? Aparte de la devota admiración de unos pocos y del interés frío que ha suscitado en la crítica profesional, su obra parece retraída de todos los contactos, fácilmente comprensible, que anudaba 
y caldeaba la actitud política y social del grupo de grabadores encabezados por Homar y Tufiño. Sin embargo, el examen de proceso de Rosado del Valle desde 1955 hasta ahora demuestra, como pocas 
obras -pueden hacerlo, al altísimo valor que podía haber ejercido su pintura para enseñar a ver a un público enfrentado por vez primera con la enorme problemática del arte moderno". Otro artista de esta década es Augusto Marín, quien muestra interés por las figuras que las traza en forma realista con tratamiento de abstracción y la utilización de colores sobrios, trabajados en formatos monumentales.  

 Una de las principales figuras del arte pictórico puertorriqueño es sin duda, Myrna Báez. Su obra se caracteriza por una constante renovación en técnicas, temas y estilos, así como una variada riqueza 
- cromática. El paisaje y la figura humana son los temaspredominantes dentro de su variada obra. Entre los artistas más importantes de Puerto Rico se encuentra Francisco Rodón. Su obra se centra en el virtual expresionismo, específicamente la figura humana, destacándose por la forma de captar la individualidad y la psiquis del retratado. Entre sus personajes se encuentran Luis Muñoz Marín, Marta Traba, Nilita Vientós Gastón, Rosario Ferré, OIga Nolla, Jorge Luis Borges, Juan Rulfo y otros. John Balossi, es un artista 
italoamericano radicado en Puerto Rico, y su obra está  realizada en nuestro país, por tal motivo se considera puertorriqueño. En la obra de Balossi la figura equina y la humana se fusionan logrando una fusión lírica y onírica mediante una configuración entre surrealista y una abstracción expresionista. Ese es el caso de las artistas cubanos: 

Rolando López Dirube, cuya pintura destaca por el predominio de lo monumental, es más conocido como escultor, y Zilia Sánchez,caracterizada su obra por un profundo lirismo plástico que raya en un 
erotismo sublime y tenue.  Otros artistas que destacan desde los sesenta son Antonio Martorell, caracterizándose por ser muy prolifero y, podríamos  decir que polifacético, pues, no sólo trabaja distintos 
medios plásticos, sino que incursiona en el teatro y la literatura. 

Martorell fundó el taller Alacrán junto a Carmelo Sobrino.  Rafael Rivera Rosa, su primera producción refleja un  marcado influjo surrealista evolucionando hacia un arte contestatario y comprometido, presentándonos la figura humana enmarcada en una actitud alineante y carente de libertad. Con este mismo tratamiento temático se sitúan en la década de los setenta y ochenta otros dos artistas puertorriqueños, Luis Alonso y Nelson Sambolín.  Con éste último y René Pietri establecieron el taller Bija. En la década de los 
setenta se inaugura la Primera Bienal de San Juan del Grabado Latinoamericano y del Caribe, evento que pone en contacto a los artistas nacionales con otros de latitudes lejanas.  En esta década se destacan Isabel Vázquez con una marcada influencia del español Antoni Tapies, pues utiliza cuerdas, sogas, cordones en su producción de esta época; Alfonso Arana, quien está radicado en París, su obra se caracteriza por una excesiva estilización de las figuras rayando en un manerismo muy lírico; Joaquín Reyes, en su obra la figura humana siempre es representada en soledad, aislada, con tristeza, amargura, rodeada de un cierto misterio místico y onírico. Otros artistas de esta década son Oscar Mestey, cuya obra se caracteriza por los abstractos geométricos; Juan Ramón Velázquez, cuya obra muestra influjos del mexicano José Luis Cuevas y del británico Francis Bacon, marcada por una ironía fatalista y trágica. De este mismo grupo son  Carmelo 
Sobrino, cuya obra se caracteriza por un arraigo en lo  popular puertorriqueño; James Shine, Elí Barreto, Paul Camacho, Jaime Romano, Antonio Navia, Wilfredo Chiesa, José Bonilla  Ryan, Angel 
Nevárez, la obra de los antes mencionados se destaca por un lenguaje que fluctúa desde el expresionismo hasta la abstracción geométrica. 

De los 70 a los 90 el arte plástico puertorriqueño ha experimentado un enriquecimiento tanto en diversidad de estilos, lenguajes, así como exponentes.   Ha habido un aumento en la participación de mujeres en la 
plástica. Enumeraremos algunas de las más destacadas; Mercedes Quiñones, Anaida Burgos, Lizzette Lugo, Lizzette Rosado, Yolanda Fundora, Susana Espinosa, Toni Hambledon, Betsie Padín, Mari Nater O'Neill, María Emilia Somoza, Sandra Martínez y la ponceña Jeannette Blasini. En la escultura sobresale María Elena Perales. Dos de las más destacadas mujeres son Haydée Landing, cuya obra ha ganado varios 
premios internacionales y Susana Herrero, quien ha convertido la figura humana en ícono lírico y poético muy particular en toda su obra. 

Otros artistas que exponen su obra desde esta época son Jaime Suárez, el colombiano radicado en Puerto Rico, Ramiro  Pazmiño, Roberto Alberty, Carlos Osorio y Julio Micheli.  La escultura puertorriqueña cuenta con muy pocos exponentes si la comparamos con otras áreas del quehacer plástico como es la gráfica y la pintura. Se destaca desde la década del sesenta Rafael Ferrer, quien ha realizado su obra mayormente en los Estados Unidos, los españoles Angel Botello y Francisco Vázquez Compostela, esposo de la insigne crítica literaria puertorriqueña Margot  Arce, y el norteamericano George Warreck. También están Tomás Batista, José Buscaglia y Rafael López del Campo. Otros exponentes del arte escultórico son Melquiades Rosario Sastre y Pablo Rubio, quien es el escultor con mayor proyección internacional. Una obra suya fue 
seleccionada y expuesta en las Olimpiadas de Seúl en Korea. De las generaciones de la plástica puertorriqueña que se destacan a nivel internacional están Lulu Delacre, quien está considerada una de las 
primeras ilustradoras de libros infantiles; en este  género se destaca también Walter Torres. Uno de los artistas con gran proyección internacional es Arnaldo Roche Rabell, cuya obra revela signos apocalípticos que evidencian la incertidumbre, la soledad, la angustia de la sociedad urbana postmoderna. Mediante la utilización de marcados contrastes cromáticos y la técnica de "frotagge", Roche, nos presenta un lenguaje expresionista muy particular donde expresa la lucha interna del artista y el mundo que le rodea. 

 En la década del noventa el artista que proyecta una  fuerza arrolladora en su trabajo pictórico es Heriberto Nieves, cuya obra refleja la angustia existencial del ser humano para reafirmar su individualidad. Utiliza materiales no tradicionales en la pintura, sus trabajos reflejan una constante búsqueda de la experimentación de todas las posibilidades que le brinda su entorno. Su obra la realiza en un lenguaje neoexpresionista con marcado influjo de Ernst Kirschner. 


 Este trabajo recoge considerable material e información de catálogos de exposiciones, videos, artículos periodísticos, de revistas, de libros y opúsculos, así, como entrevistas a algunos artistas. Considero pertinente mencionar que toda gestión de hacer un recuento panorámico de las artes plásticas puertorriqueñas no siempre será completo, pues, en el mismo no se hace referencia a la constante y 
dinámica actividad plástica realizada en las escuelas, entidades culturales y particulares en todos los pueblos de la nación puertorriqueña. A través de este recuento panorámico de las artes plásticas puertorriqueñas, hemos pretendido ofrecerle un  desarrollo rítmico de las tendencias estilísticas y pictóricas registradas en Puerto Rico. Sabemos que un trabajo de este tipo es sumamente arduo y que podemos omitir involuntariamente nombres de artistas,  de grupos o entidades; queremos expresar, que si así fuese, esa no ha sido la intención.










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